Cómo buen padre de familia o cómo ordenado empresario.
A veces las terminologías nos confunden, a veces parecen que hablamos de
lo mismo, dos realidades similares, sinónimos o que básicamente hablan de lo
mismo; algunos dirán que es un matiz que confunde,,,, es una pequeña diferencia
que los separa. En otras oportunidades la separación puede ser tan grande y tan
profunda que realmente no sepamos ni cómo enfrentarla.
Cuando hablamos de cumplimiento o compliance, hablamos de lo mismo, y
no es menos que la adecuación qué como sujetos responsables debemos desarrollar
para cumplimentar una serie de parámetros y condiciones que han sido establecidos
por los entes reguladores como buenas prácticas a desarrollar en el presente y
en el futuro, que pudiesen coadyuvar a que un evento identificado, factible o
remoto, no acontezca, o que en caso de suceder, el impacto de este en la
sociedad sea mínimo. La inobservancia o la falta de diligencia en el
cumplimiento de la norma, acarreará sanciones que sólo el ente regulador o
quién este designe impondrá.
Qué la violación de la norma por debida diligencia acarreará sanciones
penales, punitivas, administrativas o cualesquiera que el administrador de
justicia decida, es otro tema, eso solo lo sabremos el día que sentado ante el
juez, éste libre la sentencia condenatoria o no.
Algo parecido con esta divagación entre cumplimiento y compliance me
sucede cuando en contratos comerciales y normas incluso de carácter legal se
hace referencia al aforismo “cómo buen padre de familia”.
Un buen padre de familia, actuará por instinto, buscando el bien de la
familia, llegando incluso a tomar riesgos desmedidos por necesidad, por desconocimiento
u omisión, a incumplir normas que por su cultura, educación o conocimiento,
pudiesen a su entendimiento afectar el entorno familiar, destruirlo, violarlo,
ante lo que el “buen padre” tomará acciones que él considere pertinentes y que
no necesariamente se ajustarán a derecho, tanto así que en la doctrina se
acepta que algunos actos que son consecuencia de una personalidad impulsiva no
voluntaria, grado de educación, y nivel socioeconómico pudiesen estar amparados
como un causal que disminuya la pena.
Sin embargo, en los actos de comercio, en la actividad empresarial
esta conducta no puede ser aceptada. No podríamos permitir que alegando
personalidad impulsiva, situación afectiva, provocaciones infundadas, un
empresario trasgreda la norma para por ejemplo afectar la competencia, el mercado
o los consumidores porque actúo desde su perspectiva y entendimiento sin mala
intención, y sin premeditación.
Hay varias diferencias fundamentales que estudiosos del tema han
expuesto como fundamento, y lo es la distinción que el “buen padre” es el
hombre común, del cual no se espera de él nada más allá de la conducta razonable,
humana, dentro de su sociedad y su cultura; mientras que el empresario debe
tener una conducta diferente; un perfil técnico, profesional, intelectual que
le permita discernir incluso contraponiéndose contra lo que la lógica de un
“buen padre de familia” haría por ella. No es indicar que ser “buen padre” se
contrapone con ser “correcto empresario”, ambas se complementan.
Por eso en el proceso de evaluación de controles sustentado en la
propuesta del modelo de gestión y control, es tan complejo aplicarlo en las
empresas familiares, donde en algunos casos podemos observar que se violan
principios y criterios básicos empresarialmente hablando, porque privan los
preceptos del “buen padre” sobre los del “correcto empresario”, y como primer
ejemplo tenemos el nepotismo.
Cuántas empresas conocemos que han llegado a la ruina o próxima a ella
porque en los puestos directivos han estado copado por familiares y amigos que
no tenían las condiciones ni las capacidades técnicas ni profesionales para asumir
ese rol, ese cargo directivo con autoridad y poder de voto para implantar o
decidir sin la experticia necesaria que con prepotencia de saberse intocable hace
y deshace a su antojo.
Uno de los retos más complejos, más duros de la empresa familiar es pensar
como el “correcto empresario” y no como el “buen padre de familia”. Si el
familiar, el amigo que deseamos colocar en ese cargo, técnica y profesionalmente
cumple a satisfacción con lo que la empresa requiere, perfecto, se compitió en
igual de condiciones con terceros, de lo contrario podríamos estar creando un
flujo negativo hacia el empleado que nunca verá ni percibirá a esa organización
como un lugar para crecer y desarrollarse, será desmotivador, desvinculante y
posiblemente incentivaremos un rencor interno que en un momento de crisis puede
bajo condiciones específicas racionalizarse como una conducta fraudulenta del
trabajador.
El reto no es fácil.
Si deseas complementar el tema o aportar tus comentarios e ideas,
estás en la libertad de realizarlo, respetando las ideas de los demás y sin
exponer a personas o empresas. Nadie tiene la verdad absoluta!
Comentarios
Publicar un comentario